En el caos que es esta ciudad de São Paulo, de repente, encuentras una isla. Podríamos definir la mega urbe como un archipiélago exótico en medio de un mar súper contaminado, en todos los sentidos, no sólo medioambiental.
La última de mis islas descubiertas es el Jardín Botánico de São Paulo. Y al acercarme a él he descubierto un pasado sorprendente y, sobre todo, la figura de un naturalista muy peculiar, encargado de dar vida al proyecto, allá por 1928.
Frederico Carlos Hohner, hijo de emigrantes alemanes, creció en el campo y creó su propio orquidario ya de niño. Amante de la naturaleza y autodidacta, consiguió trabajo de jardinero en el Museo Nacional de Rio de Janeiro, por entonces, la mayor institución científica del país. Allí comenzaron sus primeras expediciones, trabajos de campo por todo Brasil reuniendo muestras y catalogando especies que serían compartidos por la comunidad científica en estudios de la flora brasilera.
Mientras tanto, en São Paulo se ponía en marcha un proyecto de Jardín Botánico. El actual Parque de la Luz, en pleno centro, sólo mantiene el 13% de su extensión original. Allí se colocó un cuartel y, para darle servicio, se planeó construir un hospital, que se retrasó a 1803. Y de ahí, surgió la idea de crear un Jardín Botánico para el estudio y cultivo de plantas medicinales y también otras especies de valor económico (destinadas a la construcción, al sector naval, etc.). Pero este centro científico acabaría desapareciendo.
En 1917, Hoehne es fichado por el Instituto Butantá para crear un Huerto Botánico en São Paulo, dedicado precisamente al estudio de plantas medicinales. Ese año el Gobierno toma en propiedad unos terrenos de Mata Atlántica (550 ha) alrededor del nacimiento del río Ipiranga para controlar la captación y el suministro de agua que abastecía al barrio paulistano del mismo nombre.
Y será diez años después que otro enamorado de las especies autóctonas, Fernando Costa, Secretario de Agricultura, decidiera encargar al mismo Hoehne la creación de un jardín botánico en la región. Al conocer la reserva de bosque autóctono del nacimiento del Ipiranga, Fernando Costa oficializa la petición y Hoehne comienza la construcción de los invernaderos y el orquidario. No sería hasta 1938 cuando se hizo posible la inauguración del definitivo Jardín Botánico de São Paulo.
El Jardín Botánico actual se encuentra dentro del área del Parque Estadual das Fontes do Ipiranga. La Mata Atlántica es uno de los biomas más importantes del planeta en diversidad biológica y en especies endémicas. Plantas amenazadas como el pau-brasil, la araucaria o el xaxím, que pertenece a un grupo de plantas de la época de los dinosaurios, conviven con animales autóctonos, como el macaco bugio ruivo y el perezoso, que raramente descienden de los árboles, la mariposa de manacá… El invernadero de la Mata Atlántica reproduce este ecosistema, mientras que el invernadero del Cerrado hace un itinerario didáctico por el bioma del Brasil Central.
El Jardín acoge también el Museo Botánico Rodriguez Barbosa, que recopila la historia de la botánica en Brasil, el lago de las ninfas o nenúfares, que se abren de mañana y se cierran por la noche, el Jardín de Linnaeu, reconocido como el padre de la taxonomía (gracias a él existen los nombres científicos universales), el lago dos bugios…
El camino habilitado en madera para adentrarnos en el nacimiento del río Ipiranga es la mejor muestra de la Mata Atlántica dentro de la ciudad. Diseñado para respetar el entorno, se convierte en una pequeña joya natural en el corazón de São Paulo.
Y volviendo un poco al principio, el río Ipiranga es un río emblemático en Brasil. Fue a pocos kilómetros de su nacimiento donde, en 1822, el entonces emperador Pedro I enunció su famoso «grito del Ipiranga» por la Independencia de Brasil, apartándolo para siempre de la corona portuguesa. Y si nos vamos hoy a ese lugar, encontraremos un Monumento moderno de cemento y un río completamente muerto donde el consumo de droga está a la orden del día. Por eso, en Brasil, nada es tan simple como parece.